Grupos ecologistas reintroducen castores ilegalmente en ríos de España
Los
castores han vuelto a la Península Ibérica desde que se extinguieron en la
época romana, allá en el año 400 d. C. No es casualidad ni tampoco una
introducción «accidental» como ha ocurrido con los mapaches en Madrid y
Guadalajara, donde ya son plaga, tras el abandono de unos cuantos de estos
mamíferos en el municipio de Rivas Vaciamadrid por parte de familias que se
cansaron de tenerlos en sus domicilios.
El
lento e inexorable crecimiento de la población de castores en España está
propiciada por unos grupos que se hacen llamar ecologistas, empeñados en
reintroducir a la fuerza a este roedor en Europa. La última suelta se ha producido
en el Guadalquivir y los investigadores están expectantes sobre las
consecuencias que pueda conllevar en el ecosistema.
El
biólogo de la Estación Biológica de Doñana, Jacinto Román, explica que fue en
el verano de 2023 cuando les avisaron de posibles indicios de presencia de
castores en la provincia de Jaén, concretamente en la zona de Villatorres. «Nos
avisó un agente y nos trasladamos hasta allí junto con expertos de la
Universidad de Huelva y del Centro de Estudios Faunísticos y Ambientales y, efectivamente,
había rastro». «Piensa que no son animales discretos, talan árboles», apostilla
Román.
El
conocido como «beaver bombing» –bombardeo de castores es una práctica ilegal y
habitual, sobre todo en el norte de Europa, desde hace años por parte de grupos
ecologistas. Aunque en España no está muy extendido, se tiene constancia de
tres «bombardeos». El primero se identificó en Navarra en el año 2003 y,
después de 20 años «los castores han colonizado toda la cuenca del río Ebro»,
apunta el biólogo. El segundo fue en 2022 en el río Tormes, en la provincia de
Salamanca, en una zona próxima a la frontera con Portugal. Y el última del que
se tiene constancia es la suelta ilegal de Jaén de este verano.
Sobre
el modo de proceder, Jacinto Román apunta a que suelen llevar una veintena de
estos grandes roedores en camionetas, «sin ningún tipo de registro sanitario» y
al llegar a a la zona escogida los sueltan con el objetivo de que se creen
poblaciones, pero sin ningún tipo de seguimiento. «Su estrategia es bombardear
y crear una población de castores, les da igual si luego se mueren como ya ha
pasado o las consecuencias que pueda tener en el ecosistema», sostiene.
Respecto
al impacto que el castor pueda tener en el Guadalquivir, este biólogo de la Estación
Biológica de Doñana lamenta que «de momento, es imposible saberlo». «Primero
hay que identificar qué tipo de castor es, creemos que es el europeo, pero no
lo sabemos con certeza, y luego ver cuántos son y hasta dónde llegan porque en
el Ebro han colonizado toda la cuenca», alerta. Si bien Román aclara que la
suelta de castores en España no ha tenido un gran impacto ambiental, hay que
ser cauto. «Debe tenerse en cuenta que el castor transforma su hábitat, es un
ingeniero de ecosistemas. Hay ciertas especies a las que le viene bien, pero
desde luego al agricultor que destroza sus frutales no. Todo depende. pero no
sabemos qué impactos puede tener en un olivar de Jaén», añade.
El
castor es un roedor que puede alcanzar los 25 kilos de peso y con «un impacto
bajo» en su entorno, ya que no ataca a las personas y se limita a comer madera,
así que como mucho puede salir malparado algún que otro árbol frutal.
Normalmente van a por especies de vegetación de ribera, apuntando a chopos, sauces
y árboles de madera blanda, que tiran (aunque luego rebrotan) para acceder a
las ramas superiores.
Actualmente,
este gran roedor forma parte de las especies protegidas en España desde el
año2020 y está incluida en el catálogo de especies amenazadas, lo que implica
que la Junta de Andalucía esté obligada a hacerles un seguimiento y
monitorización. «Otra cosa es que se haga, ya lo hemos visto con otras
especies», alega este biólogo de la Estación Biológica de Doñana.
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