“Síndrome de Heidi”: cuando los niños enferman por vivir en las ciudades

Heidi es uno de los personajes de dibujos animados más entrañables y recordados del planeta. En medio de un bucólico enclave de los Alpes suizos, la niña vivía rodeada de una naturaleza apabullante, con montañas nevadas, prados verdes cubiertos de flores y ríos con agua fresca y clara.

Sin embargo, en un momento de la serie, Heidi tiene que marcharse a la ciudad con sus tíos, a un entorno totalmente urbano desde el que ni siquiera se pueden ver las montañas, donde las calles están pavimentadas y pasa el tranvía. En ese momento, alejada de su entorno y obligada a vivir entre el ajetreo de la urbe, la niña se pone muy enferma.

La serie de dibujos que marcó la infancia de varias generaciones también le da el nombre al síndrome de déficit de naturaleza, que ha vuelto a tener resonancia a raíz de la pandemia, cuando millones de personas tuvieron que pasar muchas horas encerradas en casa teletrabajando y sin poder salir de sus ciudades por las restricciones impuestas para frenar y estabilizar los contagios.

El término fue acuñado a principios de la década de los 2000 por el escritor y divulgador científico Richard Louv “para que sirviera como una descripción de las consecuencias que tiene en los seres humanos la desconexión de la naturaleza”. Tal y como expone el autor en su página web, “no pretende ser un diagnóstico médico, sino una forma de hablar sobre un problema urgente que muchos de nosotros ya conocíamos, pero que aún no contaba con una palabra para describirlo”.

En concreto, Louv asegura que en las sociedades modernas pasamos mucho más tiempo en entornos cerrados, tanto en nuestra vida laboral como en la familiar. Y afirma que ese aislamiento de la naturaleza nos hace mucho más vulnerables a tener estados de ánimo negativos o a la reducción de nuestra capacidad de atención.

En los últimos años, el síndrome de Heidi, o de déficit de naturaleza, ha vuelto a escucharse sobre todo relacionado con los niños, cuyos hábitos de entretenimiento tienden más a centrarse en videojuegos y redes sociales que en estar en contacto con otros niños en entornos públicos como parques y plazas. Según un estudio publicado el pasado mes de mayo, los niños españoles de entre 4 y 12 años pasan casi mil horas al año delante de una pantalla —principalmente televisión, teléfono móvil, y tablet—.

Por el contrario, está demostrado que el contacto directo con la naturaleza, aunque sea unas pocas horas a la semana, mejora el rendimiento cognitivo, ayuda a generar resiliencia (la capacidad psicológica natural para sobreponerse a los problemas), favorece el desarrollo del pensamiento crítico y de la reflexión, y es especialmente beneficiosa para aquellos niños con trastornos relacionados con la hiperactividad y el déficit de atención.

Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Exeter (Reino Unido) en 2019 concluyó que aquellas personas que viven a menos de un kilómetro de la playa tienen muchas menos probabilidades de desarrollar problemas de salud mental como ansiedad o depresión. Sin embargo, se demostró que entre quienes vivían a más de 50 kilómetros de la costa estas dolencias eran mucho más habituales.

La investigación también afirmaba que ver el mar habitualmente y pasear por la playa era muy beneficioso psicológicamente, y estipulaba en 5 horas al mes el tiempo recomendado que se debería estar en contacto directo con la naturaleza.

Ante esta aparente pérdida de conexión con entornos naturales, y tras el impacto que ha ocasionado la pandemia en la salud mental de mucha gente, surge una necesidad de buscar una reconexión. El creador del término insiste en la especial vulnerabilidad de los niños, y asegura que si se les da la oportunidad de experimentar la naturaleza, incluso de manera simple, la interacción se da de manera bastante natural.

Sin embargo, apunta a que algunos padres a veces pueden presionar demasiado, y recomienda que los niños nunca deben ver el tiempo en la naturaleza como un castigo.

En las zonas urbanas es mucho más difícil poder hacer algún tipo de escapada para estar en contacto con la naturaleza, por eso hay que aprovechar al máximo las zonas verdes que brinda el espacio en la ciudad. A falta de campo abierto, los parques, los bulevares con árboles o los huertos urbanos pueden ser un buen sustituto.

Louv defiende que la conexión con la naturaleza debería ser algo cotidiano, y si diseñamos nuestras ciudades, incluidos nuestros hogares, lugares de trabajo y escuelas, para trabajar en armonía con la naturaleza y la biodiversidad, esto podría convertirse en un patrón común.

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