Incendios “fuera de capacidad de extinción”
© José Mª Martínez Navarro, geógrafo, y José An.
Montero, periodista ambiental | Cada vez es más
habitual que las autoridades hablen de incendios forestales fuera de la capacidad
de extinción. Ante esta situación cualquier intento de acumular recursos o por
controlar el incendio es inútil, poniendo en peligro al personal dedicado a la
extinción sin que haya ninguna posibilidad de control del mismo y generando
riesgo para una población que ve como el fuego avanza inexorablemente.
La declaración de
incendio “fuera de capacidad de extinción” llega cuando la potencia calorífica
y el tamaño de las llamas hacen que sea imposible frenar el avance del fuego
independientemente del tamaño del dispositivo de extinción, es decir, son tan
intensos que no es posible apagarlos por muchos medios materiales que destines,
pues la intensidad del fuego convierte los medios en ineficaces. Es una
cuestión física, no un problema tecnológico.
En esta situación, los
medios terrestres no lo pueden combatir sin arriesgar la vida de los que
participan en la extinción. Los medios aéreos tampoco son efectivos porque la
cantidad de calor que producen hace que el agua se evapore antes de llegar al
suelo, siendo en algunos casos su intervención contraproducente, ya que el
vapor de agua es mejor conductor del calor que el aire.
Esta intensidad del
fuego depende directamente de la cantidad de vegetación (combustible) viva y
muerta que hay en el lugar, así como de lo seca que se encuentre, en función de
las condiciones atmosféricas. Las olas de calor extremas producen que las
temperaturas nocturnas sean muy altas, por lo que la vegetación viva, en
especial los pinos, se defiendan ralentizando su metabolismo, una situación
óptima para la propagación de un incendio de copas de gran intensidad. En estas
condiciones, el viento pasa a convertirse en un factor secundario pues el
incendio es capaz de modificar las condiciones atmosféricas de su entorno
debido a la inmensa cantidad de energía que libera. Lo esencial es la cantidad
de combustible en disposición de arder.
Pongamos como ejemplo
una barbacoa, con un kilo de leña seca, la intensidad del fuego te permite
estar cerca y manipular lo que estés asando. Sin embargo, si estuvieran
ardiendo diez kilos a la vez, la intensidad del fuego no permite ni acercarse,
pues te quemarías sólo con el calor que desprende sin necesidad de que te
alcancen las llamas.
En los incendios
forestales ocurre exactamente lo mismo, cuando se dan ciertas condiciones y la
intensidad del fuego es muy alta los medios terrestres no pueden acercarse al
incendio sin poner en riesgo la vida. En esta situación es imposible tratar de
apagarlo y no queda más remedio que dejarlo avanzar hasta una zona en que la
cantidad de vegetación sea menor y permita intentar sofocarlo. La táctica
habitual consiste en anticiparse y calcular cual es el mejor lugar donde
eliminar el exceso de vegetación antes de que lleguen las llamas, incluso
quemándolo controladamente mediante contrafuegos pues este fuego táctico es el
medio más rápido y efectivo.
Al frente de los equipos
están los jefes de extinción, estrategas con muchos años de experiencia en
incendios. En nuestro país contamos con algunos de los mejores del mundo. Muchos
de ellos llevan años denunciando que cada vez serán más frecuentes los
incendios fuera de la capacidad de extinción, porque el problema del exceso de
biomasa es acumulativo. Si el monte no se limpia, se acumula año tras año a la
vez que el cambio climático provoca que cada vez sean más frecuentes las olas
de calor extremas.
En este sentido, las
políticas públicas de gestión del riesgo de incendio forestal siguen centrando
el mayor esfuerzo presupuestario en la extinción, pero cada vez se hace más necesario
aumentar el esfuerzo en prevención para mantener el problema en parámetros
asumibles socialmente. No se trata de desmontar los dispositivos de extinción,
sino de aprovechar su experiencia para realizar trabajos de prevención durante
todo el año, en colaboración con la población rural y aprovechando el
conocimiento científico disponible.
Durante los últimos
veinte años es prácticamente imposible encontrar ningún estudio o publicación
científica que defienda un modelo de exclusión del fuego como base del diseño
de las políticas de riesgo de incendios, aunque sea defendido por ciertos
colectivos de presión. No es un problema de culpables, de quién “provoca” el
incendio. Cuando en una cocina de butano hay un escape, la cuestión no es de
quién ha encendido la luz provocando la explosión, sino porque no se reunían
las condiciones de seguridad necesarias para que esto no ocurriera.
La única alternativa al
riesgo de los incendios fuera de capacidad de extinción es revisar las
políticas de gestión del riesgo de incendios. Con un bosque limpio y cuidado,
sin exceso de biomasa, este riesgo es más controlable que en un escenario en el
que la inacción o la falta de gestión hayan permitido la acumulación de
combustible. En todos nuestros pueblos escuchamos que los incendios se apagan
en invierno. Si el saber popular lo tiene claro y lo que hacemos no funciona,
pues el problema es mayor cada año que pasa, ¿por qué no probamos?
José Mª Martínez Navarro
es doctor en Geografía y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid,
recientemente ha publicado 'Gestión territorial del riesgo de ignición forestal
antrópica en CLM' (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2018)
José An. Montero es
geógrafo y periodista ambiental. Fue profesor de Geografía de la Universidad de
Castilla-La Mancha y es miembro de la Asociación de Periodistas de Información
Ambiental (APIA) y de la Red de Periodistas Rurales.
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